En toda zona rural y también en las ciudades, al poco de llegar el otoño las copas de los arboles empiezan a teñirse de distintos ocres que además de recordarnos la cercanía del invierno nos ofrecen unas imágenes únicas, e imposibles de repetir.
La teoría más básica y comprobada es que a medida que las temperaturas comienzan a desplomarse y la luz ya no llega con la intensidad necesaria, las hojas empiezan a cambiar de color. Este cambio se debe preferentemente a la disminución o degradación de la clorofila, el pigmento que da el color verde a las hojas y por tanto empiezan a predominar otros pigmentos de tonos rojizos o amarillos. Estos colores se deben principalmente a dos tipos de pigmentos, los carotenoides (color amarillo-naranja) y las antocianinas (rojo-púrpura). Los carotenoides, que es una amplia familia presente en numerosos alimentos como por ejemplo la zanahoria y siendo el más conocido de esta familia el β-caroteno (pro-vitamina A), están presentes durante todo el año y no hay ningún tipo de evidencia de que las plantas lo sinteticen en mayor medida en otoño, no podemos decir lo mismo en el caso de los antocianinas que si se sintetizan activamente en otoño, justo antes de que las hojas caigan, y el porque de tal malgasto de energía en esta síntesis para hojas inservibles no esta muy clara -ver entrada larga para una mayor información-
